Lo femenino en la alquimia

La alquimia es comúnmente conocida por su búsqueda de la Piedra Filosofal que permite transmutar los metales en oro y elaborar la medicina universal. Menos sabido es que su operativa se basa en los principios de una filosofía natural conocida como Filosofía Hermética o Hermetismo. En su cosmología, la creación es atribuida a un dios bueno y bello de clara influencia platónica que realiza su Obra a través de un “Anima Mundi”. El Alma del Mundo, además de vivificar, se mantiene en un constante movimiento bipolar generando la dualidad existente. A uno de los lados de la balanza situamos lo femenino con sus características de frialdad y humedad, y al otro lado encontraremos lo masculino con sus propiedades de calor y sequedad.

Toda la práctica alquímica se basa en la aceptación de la antigua separación de la Naturaleza en tres reinos: mineral, vegetal y animal. Los minerales son así seres vivos, compuestos por los mismos principios y elementos que los vegetales y animales.

 “Visita los interiores de la tierra, rectificando encontrarás la piedra oculta”.

Este es el consejo que Basilio Valentín, reputado alquimista del siglo XV, nos da en su obra El azoth de los filósofos.

Visitar las entrañas de la tierra es descender al misterioso mundo subterráneo donde se forman los metales y minerales, con los que el alquimista operará en el laboratorio en su búsqueda de la Piedra Filosofal.

La peligrosidad de la extracción y del posterior trabajo con el fuego de tan preciados materiales, propiciaron que la actividad de los mineros y metalúrgicos se rodease desde sus comienzos de un amplio carácter ritualista. Su arriesgada misión les llevaba a sumergirse en un mundo sagrado y desconocido para después, llegando incluso más lejos, atreverse a transformar las materias.  La ancestral premisa de que la tierra es una enorme matriz en la que se forman unos embriones metálicos, se incorporará al pensamiento alquímico. La concepción de los minerales y metales en el interior de la tierra, convertirá a ésta en una Madre Tierra que cuidará de sus criaturas con mimo, las alimentará y conducirá a la mayor perfección posible, el oro.

La labor del alquimista será sustituir a la tierra en su cometido y concluir la empresa de esa afanada Madre, imitando y reproduciendo en el laboratorio todo su proceso de gestación natural en el seno materno en un tiempo mucho más reducido, con la finalidad de alcanzar también su propia perfección, resurgir como un hombre renacido tras un proceso de disolución y coagulación, en una suerte de simbólica muerte y resurrección.

Los matraces y los hornos se convertirán en la matriz artificial de las que se servirá para cumplir su misión. No debe extrañarnos entonces que Mircea Eliade, reputado historiador de la historia de las religiones, destaque la faceta matriarcal de la alquimia como un rasgo importante de su trasfondo.

La pareja alquímica

Esposo y esposa, macho y hembra, hermano y hermana, azufre y mercurio, fijo y volátil, espíritu y materia, rey y reina, Sol y Luna… son apelativos que constantemente encontramos escritos en los libros de alquimia o dibujados en su rica iconografía, representando el dualismo masculino y femenino de nuestro mundo.

Prosiguiendo con la tradición clásica, el agente femenino en los trabajos alquímicos es el que desempeña el papel de lo volátil, húmedo, frío y pasivo. Al igual que su compañero masculino, que, por ende, jugará a ser lo fijo, seco, caliente y activo, deberá ser extraído de una materia purificada porque solo así será receptiva a la fusión con su igual masculino.

Anna Kingsford, teósofa del siglo XIX, señalaba la superioridad de la filosofía hermética sobre otras doctrinas por su reconocimiento en la igualdad de los sexos y por su exaltación de la relación entre ambos como símbolo de los misterios divinos.

Quizá sea el Mutus Liber (siglo XVII) la obra más representativa de esto que acabamos de referir. En ella, una pareja de alquimistas nos enseña a lo largo de sus láminas el proceso de fabricación de La Piedra Filosofal que realizan en común. Y es que las operaciones de laboratorio lo que persiguen es escenificar la necesaria unión física o sexual entre el esposo y la esposa, la consumación del matrimonio que dará como fruto el andrógino o hermafrodita, la perfecta unión de las dos naturalezas metálicas y del propio alquimista.

“Fíjate en ese momento supremo al que llegamos por el continuo frotamiento, observad como vierte cada naturaleza su semilla en la otra y como se la arrebatan ávidamente entre sí y la esconden en su interior, ese momento en el que, tras la común unión las hembras se apropian de la energía de los machos y estos se fatigan en languidez femenina”.

Nos dice el Asclepio, uno de los libros que conforman el Corpus Herméticum.

En la mitología el papel del agente femenino en la Gran Obra que es la alquimia, será encarnado por la diosa Isis, capaz de devolver a la vida a su esposo Osiris, concebir al dios Horus, criarlo, y transmitirle las enseñanzas de Hermes tal y como hace en el Kore Kosmou, otro de los textos herméticos.

Fuera de la mitología, la pareja alquímica por antonomasia es la formada por el alquimista francés del siglo XIV Nicolás Flamel y su esposa Perenelle. Y es que si la alquimia es un Arte basado en la Filosofía Hermética, lo coherente es que siguiendo los fundamentos de ésta, busque siempre la complementariedad de su opuesto masculino/femenino, en la búsqueda del retorno a la perfección de la Unidad de la que todo proviene y a la que todo tiende.

Mujeres alquimistas

Son pocos los nombres de mujeres que han trascendido en el estudio y práctica de la alquimia. Todos sabemos que la historia se ha caracterizado por relegar el papel de la mujer, desdeñando sus talentos, y perdiendo así la humanidad la mitad de su capacidad de obra y pensamiento. Es por eso que la corta relación de nombres de mujeres que vamos a citar en este breve acercamiento al lado más femenino de la alquimia, merece nuestro especial respeto y admiración.

María la Hebrea

Sin duda, la alquimista más conocida es María la Judía, María la Hebrea o María la Profetisa, que probablemente vivió entre el s. I y III d. C., aunque algunos la creen hermana de Moisés. Es autora de un librito canónicamente alquímico titulado “Diálogo de María y Aros”, en el que se describen materias y se realizan operaciones de laboratorio al más puro estilo clásico. A ella la tradición le atribuye la invención de la técnica del baño María, y del tribikos y kerostakys, sendos aparatos de destilación.

En el marco de la alquimia greco-egipcia se menciona también el nombre de Cleopatra y de Teosebia, hermana del gran alquimista Zósimo de Panópolis (siglo IV), que reconoce como maestra a la propia María.

Martine de Berterau

Esta gran geóloga y alquimista francesa que desarrolló su actividad profesional en el siglo XVII, es una de esas figuras a las que la historia de la ciencia y de la alquimia debería restituir. Junto a su marido, el también geólogo y alquimista Jean du Chatelet, dedicó su vida a la mineralogía y defensa de la alquimia, algo que les costó un trágico final. Fue autora de una obra titulada “La restitución de Plutón”.

Cristina de Suecia

Contemporánea de Martine, Cristina de Suecia, pudo disfrutar de una vida muy diferente. Fue una apasionada de los textos herméticos, la astrología y la alquimia. Sabemos que tuvo su propio laboratorio y que cultivó la correspondencia con grandes alquimistas de su época.

Aparte de las controvertidas Bárbara de Celje (s. XV), Anne Marie Zieglerin y Catalina de Medici en el siglo XVI, no quisiéramos finalizar sin mencionar otras damas de la alquimia que han dejado su huella en mayor o menor medida:

– Isabella Cortese (s. XVI), autora de los El libro de los secretos.

– Sohpie Brahe (s. XVI y XVII), hermana de Tycho Brahe.

– Marie Meurdrac (s. XVII), autora de Química fácil para mujeres.

– Sabine Stuart de Chevalier (s. XVIII), autora de los Discursos Filosóficos.

– Mary Ann South (siglo XIX), amiga de la citada Anna Kingsford.

– Merelle, el pseudónimo de una alquimista actual, autora del libro Misterios alquímicos.

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Texto: Alicia Carrasco


Lo femenino en la alquimia
(c)
Alicia Maria Carrasco Jiménez

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